Revista Argentina de Humanidades y Ciencias Sociales
ISSN 1669-1555
Volumen 2, nº 1 (2004)

ARTICULOS

La mujer: el juguete peligroso
por Edith Arlinet Elorza

Resumen
El peligro y el juego se enlazan en el pensamiento de Nietzsche en la acción productiva de la voluntad que busca afirmar la diferencia.  Su relación con la mujer -las mujeres- no es ajena a la tarea del filósofo para quien es imposible “separar el cuerpo del alma y el alma del espíritu”.  La especial relación mantenida con Lou Andreas Salomé está presente en la transformación abismal, a la par terrible y dichosa, que es el Zaratustra.

Abstract
In Nietzsche’s thought, danger and game link togheder in the productive action of will that seeks to strengthen difference. His relationship with woman -women- is not alien to philosopher’work for whom is impossible “to separate the body from the soul and the soul from the spirit”.  The special relationship preserved with Lou Andreas Salomé is present in the abysmal transformation, both terrible and happy, that is Zaratustra.

Palabras clave
Juego; Peligro; Transformación; Mujer

Key words
Game, Danger, Transformation, Woman

Texto

Es fácil advertir que el título de este trabajo remite al Zaratustra, más allá de alguna sonoridad arltiana, que en ese punto no le es ajena. 

El juego y el peligro se articulan en el pensamiento de Nietzsche en una tensión productiva hasta el punto -según leemos en Ecce Homo- "de ser él mismo y dejar de serlo, para estar a la altura del azar, y por sobre todo no permitir que la compasión lo haga infiel a sí mismo". Doloroso camino el que Nietzsche se impone y en el que también está presente su relación con la mujer o con las mujeres, diferencia que hace en Zaratustra

Sabemos que para Nietzsche la "voluntad" busca afirmar su diferencia, esto es, valora, o también, juega, en tanto lleva a cabo una acción desinteresada, carente de finalidad útil (pienso en Genealogía de la Moral). Salvo, claro está, la de su propia afirmación. 

Dice Nietzsche, refiriéndose a la tercera transformación: "Es el niño inocencia y olvido, un nuevo comienzo, una rueda que echa a girar espontáneamente, un movimiento inicial, un santo decir sí; "Para el juego de la creación -leemos- se requiere un santo decir ¡sí!" (Zaratustra p.26). Puede ser. Pero veamos...

Algo sobre el juego

Creo poder suscribir que el niño juega ingenuamente, es más, el juego constituye el centro de su existencia, según Eugen Fink "...el juego infantil, muestra en forma más evidente determinados rasgos esenciales del juego humano, pero es también más inofensivo, menos profundo y secreto que el juego del adulto. El niño conoce poco aún la seducción de la máscara, juega todavía sin culpa" (Oasis de la felicidad p. 34). 

Dejemos lo de la culpa, pero recojamos la máscara: es encasaría para la vida, es decir, sin otros fines que los internos. 

Según Schiller "el hombre se da por entero cuando juega" (La educación estética del hombre). 

Claro que el juego humano "...necesita juguetes. El hombre justo en sus esenciales acciones fundamentales, no puede estar libre de las cosas, está destinado a ellas: en el trabajo al martillo, en el dominio a la espada, en el amor al lecho, en la poesía a la lira, en la religión al ara y en el juego al juguete" (Oasis...). 

De manera que el juego es una experiencia tan vital como la del amor, la del trabajo, la del dominio, salvo que está frente a ellas en "tanto las representa". En términos nietzscheanos, en la representación se conjugan la clara forma apolínea y el oscuro momento dionisíaco. "No conozco otro modo -dice Nietzsche- de tratar las grandes tareas que el juego" (Ecce Homo). ¿Y cuáles son los grandes temas sino, como se ha dicho ya muchas veces, el goce de la apariencia, que tiene que ver no sólo con lo que se recibe sino con su propio acto? 

Porque es en el acto donde se afirma la voluntad. Al fin y al cabo -vuelvo a Schiller- "la realidad de las cosas es obra de las cosas, su apariencia es obra del hombre (citado por Fink en Oasis...). 

En suma: la acción estética como especificidad humana. 

¿Y por qué la mujer es el juguete más peligroso? 

La pequeña verdad de Zaratustra le dice que "sobre la mujer ha de hablarse únicamente a los hombres... Todo en la mujer es un enigma y todo en la mujer tiene una solución: el embarazo". Es interesante señalar la coincidencia de esta idea con la expresada en la iconografía medieval en la que la mujer aparece en estado de gravidez, sin inquietantes cavidades vacías. "El hombre es para la mujer un medio, el fin es siempre el hijo. Mas ¿qué es la mujer para el hombre?" y aquí ese pensamiento: "Dos cosas quiere el hombre de verdad: el peligro y el juego. Por eso quiere a la mujer, que es el juguete más peligroso". "El hombre debe ser educado para la guerra y la mujer para solaz del guerrero, todo los demás son tonterías" (Zaratustra p. 54). 

En su libro Nietzsche Lou Andreas Salomé dice: "...he querido estudiar la experiencia intelectual Nietzsche en función de su personalidad, y de este modo restituir a su filosofía su valor de confesión" (Nietzsche  p. 31). 

A mi modo de ver esta confesión ha de entenderse como la traducción al pensamiento, de las profundas experiencias vividas. 

Así es que tratemos de ver primero cómo resultaron las batallas de nuestro guerrero en las lides del amor. 

La que probablemente fuera su primera historia (1863) y por lo tanto la posibilidad de un acto de autoafirmación, tuvo para él un desenlace negativo, si atendemos a los resultados afectivos, que se evidenciaron en carta a su familia de agosto de 1863 "...cuando puedo pensar durante minutos lo que quiero, busco palabras para una melodía que tengo, y ambas cosas, que las tengo, no concuerdan, a pesar de que proceden de una misma alma. ¿Ese es mi destino!" (citado por Ross p. 81). 

La carta pertenece al momento en que se propone conquistar a la Señorita Anna Redtel, quien le devuelve, sin siquiera haber leído, una nota que le entrega en presencia de terceros. 

En su alma, se refleja así "...recientemente he tenido una dolorosa experiencia, y he vivido una despedida o no despedida, y ahora observo cómo se han amalgamado ese sentimiento y aquellos tonos, y creo que la música no me habría gustado si no hubiera tenido esta experiencia" (la música era Consolaciones de Listz, Ross p. 83). 

Hasta donde yo sé, y visto desde el ángulo de la guerra del amor, Nietzsche perdía sistemáticamente las batallas. 

Claro que si nos atenemos a su propia voz, le oímos decir: "Para nosotros (los filósofos) la vida consiste en transformar incesantemente todo lo que somos y todo lo que nos toca en claridad y en llama" (El Gay Saber p.27). 

Desde este otro ángulo, estimo que la tarea consiste en reconocer estas transformaciones. 

De la relación de Nietzsche con las mujeres, la que tuvo con Lou Salomé, fue sin duda la más importante, más allá de la que, atendiendo al punto de vista psicológico, se le quiera atribuir al contexto femenino en el que se crió. Para abordar entonces esa relación, veamos primero...

Algo sobre Lou

"La vida humana -que digo, la vida en general- es poesía. Sin darnos cuenta la vivimos, día a día, trozo a trozo. Pero, en su inviolable totalidad, es ella la que nos vive, la que nos inventa. Lejos, muy lejos de la vieja frase 'hacer de la vida una obra de arte', no somos nuestra obra de arte". Con este pensamiento inaugura Lou su Mirada Retrospectiva

Algún dato personal sacado de la biografía de Peters: Lou Salomé nació en San Petersburgo el 12 de Febrero de 1861. Peters señala que su nacimiento coincidió con la abolición de la esclavitud en Rusia y con la consiguiente alegría por el logro, después de siglos de lucha. Por todas partes se oían las campanas que festejaban la libertad alcanzada. Un momento, cuya significación revelan los versos de Hölderlin: 

Porque 
Como empezaste seguirás, 
a despecho de la necesidad 
y la crianza; y es que lo que importa 
es la cuna. 

Y Lou había nacido, claro, bajo la estrella de la libertad. Cinco hermanos varones la precedieron. Su padre, el general Salomé, deseaba una hija, mientras que la madre esperaba un varón, pues así la habían acostumbrado los cinco previos y le parecía que esto no alteraría el ritmo del hogar, y, por otra parte, una niña sería más difícil de educar. Desde su perspectiva, tenía razón. 

Veamos cómo lo recordará más tarde Lou: "No puedo hablar de mi madre sin recordar cuánto hizo por mí, no obstante todo su desacuerdo con mi vida de soltera en el extranjero y mi forma de pensar, que le repugnaba. Si esta hija ya la había decepcionado al no llegar al mundo como hijo, al menos debería haberse esforzado por alcanzar el ideal de hija de la madre ¡y había hecho justo lo contrario!. Pero incluso en la época en que con más amargura tuvo que sufrir por mi conducta, porque más violentamente chocaba ésta con las costumbres sociales de entonces, Muschka hizo sus cuentas en silencio y para sus adentros: inflexiblemente a mi lado frente al mundo; llena de dolor, y, sin embargo llena de confianza, aparentando que nos entendíamos perfectamente, porque era eso lo que le parecía más importante, no fuesen a producirse malinterpretaciones hostiles contra mí" (Mirada... p. 48). 

Pero vayamos a su adolescencia... Ya entonces el tema de Dios le era problemático, lo que en la práctica se manifestaba postergando su confirmación. Dalton, el pastor de la Iglesia Reformada, tomó casi como un deber convencer a la hija del general Salomé, pero, cuanto más dogmático se ponía, más acentuaba la rebeldía de Lou al punto que manifestara su voluntad de separarse de la Iglesia, lo que por entonces constituía un escándalo mayúsculo. 

Fue entonces cuando conoció a Hendrik Gillot, el nuevo pastor diametralmente opuesto a Dalton. Gillot era un hombre de mundo que a través de sus largos viajes había adquirido los modales de un gran señor. Por otra parte adhería a la ideología racionalista del siglo XVIII, y se apoyaba, en sus sermones, en argumentos científicos y filosóficos, en lugar de hacerlo en la Biblia. 

Lou tardó en asistir a los sermones de Gillot, a pesar de la fama que éstos alcanzaban en la sociedad sanpetersburguesa, pero, cuando lo hizo y vio a Gillot en el púlpito (dicho sea de paso tenía una figura atrayente), supo que en él encontraría lo que necesitaba, de modo que le pidió, por escrito, una entrevista, aunque aclaró que no tenía problemas religiosos, y que lo que quería era hablar con el hombre, no con el pastor. 

Durante meses visitó a Gillot sin decírselo a su familia. Numerosos cuadernos dan cuenta de su aprendizaje: Historia comparada de las religiones: Cristianismo, Budismo, Hinduismo, Islamismo, el problema de la superstición en las sociedades primitivas, el simbolismo de sus ritos y rituales. Filosofía, lógica, metafísica, literatura y filosofía francesas. Ensayos sobre Schiller, Krimhild y Gudrun. Leyó a Kant, Kierkegaard, Rousseau, Voltaire, Leibnitz, Fichte y Schopenhauer. Parece que Gillot se asombraba de lo mucho que en poco tiempo, Lou podía atesorar. 

Se podría decir que su vocación literaria se despertó entonces, pues Gillot le permitía escribir alguno de sus sermones, lo que era aprovechado por Lou para observar la reacción que provocaba en el auditorio. En una oportunidad escribió un sermón, un tanto violento, sobre una cita de Fausto de Goethe: "El hombre es sonido y humo". Fue entonces cuando el embajador holandés aconsejó a Gillot que en lo sucesivo se atuviera a la Biblia. 

El caso es que Gillot (le llevaba a Lou aproximadamente veinte años) se enamora y le pide que se case con él. El era casado (tenía hijas de la edad de Lou) de manera que cuando hace la propuesta a Lou ya había hecho algunos arreglos para llevar a cabo la boda. 

Lou, en quien se anudaban distintos sentimientos, como el de sentirse "la niña" de Gillot -así le firmaría después las cartas- quedó sumamente sorprendida con el ofrecimiento. Se levantó, se fue y puso proa hacia Zurich, cuya Universidad era una de las pocas que aceptaban mujeres. 

Pero el caso era que, para viajar al exterior, necesitaba un pasaporte que a su vez requería el certificado de confirmación, que era por entonces lo que daba cuenta cierta de la existencia de una persona. Así es que volvió a Gillot para arreglar el problema. Lou lo relata así: "Mi amigo me propuso conseguirme en una iglesia de aldea en Holanda, donde ejercía un amigo suyo, el certificado de confirmación. En esta extraña ceremonia, organizada exactamente según mis indicaciones..., estábamos ambos emocionados; porque lo que celebrábamos era la mutua separación -que yo temía como la muerte-. Mi madre, que hizo el viaje con nosotros, afortunadamente no comprendió ni palabra del sacrílego discurso en holandés ni tampoco de los términos de la confirmación que vinieron al final, que casi sonaban a fórmula nupcial: "No temas, porque yo te he elegido, yo te he llamado por tu nombre: mía eres" (En realidad fue él quien me dio mi nombre, por lo impronunciable que le resultaba el ruso Ljola)" (Mirada... p.27). 

Y así nos encontramos con Lou, libre en Europa. 

Esta historia de amor se transformó, diez años más tarde, en un relato, Ruth, que, según Lou, "...quedó en cierto modo desdibujado por faltarle uno de los antecedentes: la prehistoria piadosa, los restos secretos de la identidad entre relación con Dios y conducta amorosa" (Mirada... p.27). En cuanto a la experiencia amorosa inconclusa -dice Lou- "...había conservado para mí..., un encanto irresistible, un encanto que no puede ser por nada superado, una irrefutabilidad que dispensa de toda demostración por la vida (Mirada... p.28). 

Con esta dotación intelectual, con la disposición de un alma libre, con una figura que describen como muy atractiva y con sus veinte (o veintiún) años es que Lou conoce a Paul Rée y a Nietzsche. 

Al primero en casa de Malwida von Meysenburg, quien acostumbraba reunir gentes de las artes y de las letras en su casa de Roma. Inmediatamente se entabló entre ambos una intensa amistad, que generó, en Lou, la idea de seguir juntos después de que su madre volviera a su casa rusa, aunque con algún traspié producto de un plan unilateral de matrimonio que Rée hizo saber a la madre de Lou. Así es que ésta debió hacerle entender claramente a Rée, el afán de libertad que la animaba. Cuenta Lou que fue en un sueño donde vio un cuarto de trabajo, lleno de libros y de flores, flanqueado por dos dormitorios y camaradas "reunidos en un círculo alegre y serio" y que finalmente, su relación de cinco años con Rée, llegó a parecerse bastante a esa imagen. Respecto de los paseos nocturnos, en los que se afianzó la amistad, no les faltó, sin embargo, su lado conflictivo, primero para el mismo Rée, que sentía que comprometía los "principios" de Malwida, y, por supuesto par Malwida, quien resultó, según dirá Lou después "...casi más cargada de prejuicios que aquélla (su madre) que tenía inamovible tras de sí toda la sagrada tradición del mundo y de la fe" (Mirada... p. 68). Y reflexiona: "Fue entonces cuando me di cuenta, con asombro, hasta qué punto el idealismo de la libertad puede convertirse en un obstáculo para la afición a la liberta personal..." (Mirada... p. 68). 

De todas formas el proyecto de Lou, por no convencional, presentaba dificultades que la indujeron a solicitar apoyo de parte de quien llama "mi preceptor". Se refiere a Gillot. Este ya había manifestado su desacuerdo, a lo que Lou respondiera: "Creía que ahora sí iba usted a colmarme de elogios. Porque estoy precisamente dedicada a demostrar lo bien que me aprendí la lección con usted. Primero, no aferrándome ni mucho menos, a una pura fantasía, sino haciéndola realidad, y segundo, porque se hará con seres humanos que parecen escogidos expresamente por usted, porque casi revientan de puro espíritu y agudeza de entendimiento" (Mirada... p.69). 

Lou todavía no se había encontrado con Nietzsche, pero su preceptor ya la alertaba respecto del trato con hombres tan mayores y aventajados a los que ella no podría juzgar con acierto, Lou, a su vez, le replicaba que en eso se equivocaba, y que "Lo esencial (y lo esencial humanamente, es para mí sólo Rée) se sabe de inmediato o no se sabe nunca". Y sobre Malwida: "También Malwida está contra nuestro plan, y eso me duele porque la quiero un montón. Pero desde hace tiempo tengo claro que en fondo siempre estamos pensando en cosas diferentes, incluso cuando estamos de acuerdo. Acostumbra a expresarse diciendo que esto o aquello no debemos hacerlo, o tenemos que lograrlo -y yo sigo sin tener idea de quién es en realidad ese "nosotros"-, algún partido ideal o filosófico, probablemente, pero yo misma sólo sé algo de "mí". No puedo ni vivir conforme a ejemplos, ni voy a representar jamás un ejemplo para nadie, pero en cambio voy a darle forma a mi propia vida de acuerdo conmigo misma, eso sí lo voy a a hacer pase lo que pasare, para lo cual no tengo que defender principio alguno, sino algo mucho más maravilloso -algo que está metido en uno mismo y quema de pura vida y grita de júbilo y lucha por salir... Pero lo que hiciere quedará dentro del perímetro de lo que nos es común (¡vea usted!, ahí hay, después de todo, un "nosotros" que yo conozco y reconozco). Y que esto le pertenece desde el día en que me convirtió, en lo que por mediación suya, he llegado a ser: Su niña." (Mirada... p. 70). 

¿Y Nietzsche?. En Génova. En respuesta a una carta de Rée en la que éste le informa acerca de una joven rusa que podía ser de su interés, ya como ayudante, ya como objeto de matrimonio (!), Nietzsche responde: "salude de mi parte a la rusa, si es que esto tiene algún sentido: esa clase de almas excita mi concupiscencia. Sí, dentro de poco saldré de cacería en pos de ella -en pro de lo que tengo intención de hacer en los próximos diez años-, la necesito. Un capítulo aparte es el matrimonio -cuanto más podría acomodarme a un matrimonio por dos años-, e incluso eso en atención sólo a aquello que tengo que hacer en los próximos diez años" (Mirada... p. 219). 

Sin embargo, y a pesar de lo anunciado, emprende desde Génova un misterioso viaje a Mesina. Tiene treinta y siete años. A esa edad Goethe, con una identidad falsa, había partido hacia el Sur y desaparecido durante dos años para convertirse en una suerte de otro hombre. El enigmático viaje desde Génova, en un velero de carga, como único pasajero y "hacia el confín de la Tierra" donde, según Homero, reside la felicidad, adquiere la dimensión de un descubrimiento. 

Como un nuevo Colón, Nietzsche cree haber descubierto un nuevo mundo, el mundo del "eterno retorno". Es tan profundo el sentimiento que le producía, que lo sacudían crisis alternativas de risa y de llanto. La dimensión colombina del descubrimiento tiene que ver también con nuevos surcos que se van abriendo en el interior de su alma que le producen perturbaciones profundas, según se observa en las cartas que desde Mesina envía tanto a la hermana como a los amigos, y que recuerdan por su tono a las que precedieron al colapso. Nietzsche sufre una nueva crisis que abarca aspectos principales de su vida, y en la "época" como él mismo la llamará, que inaugura, Lou está ya presente, como se advierte en el poema que después le obsequiará pero que fuera escrito entonces: 

"¡Amiga -dijo Colón 
no vuelvas a 
fiarte de ningún 
otro genovés!" 

¿Pero cómo fue el encuentro real con Lou? Fue en la Iglesia de San Pedro donde, según Lou "...Paul Rée, se entregaba a sus notas de trabajo con ardor y devoción, en un confesionario orientado de manera especialmente favorable hacia la luz..." (Mirada... p. 71). "¿Desde qué estrellas hemos venido a caer aquí, uno frente al otro?" fueron las primeras palabras de Nietzsche. En su libro homónimo dice Lou: "Diría de buen grado que lo más fascinante de su persona era un algo que constantemente se ocultaba a las miradas, pero que sin embargo, sorprendía al primer vistazo: el martirio de una soledad orgullosamente inconfesada" (Nietzsche p. 36). Y hace referencia a su carácter cortés y afable y de una dulzura casi femenina. "Pero pronto me di cuenta que este espíritu solitario soportaba su máscara con tanta torpeza como el campesino el traje nuevo comprado en la ciudad. Uno pronto llegaba a plantearse sobre su particular la pregunta que él mismo formulara en estos términos: "En todo cuanto un hombre deja entrever de sí mismo, estamos fundamentados a preguntar: qué es lo que quiere ocultar" (Nietzsche p. 37). 

Según Lou, la visión deficiente le daba un aspecto muy particular porque sus ojos, en lugar de reflejar las impresiones provenientes de estímulos externos, sólo reproducían los vaivenes de su ánimo. 

Señala que Nietzsche estaba a menudo en un estado de agitación tal que su manera de ser, algo solemne, pasaba a segundo término. Y recuerda también los frecuentes "ataques" que sufría debidos a la enfermedad que padecía y que se manifestaban en forma de terribles jaquecas. 

El caso es que no bien se encontraron, Nietzsche inmediatamente decidió integrarse al plan de Lou y de Rée, aunque, según aclara Lou, desde una óptica simplificada de la situación: le propuso matrimonio por intermedio de Rée. 

Hubo que explicarle, dice Lou "...claramente a Nietzsche, antes que nada mi aversión hacia el matrimonio en general, pero además... que yo vivía de una pensión... que al casarme perdería..." (Mirada... p. 72). 

Como veremos, a Nietzsche no le quedó tan claro.

Esta "trinidad", como gustaban llamarse, parte, aunque separadamente, de Roma y vuelve a reunirse en los lagos del Norte de Italia donde "el Monte Sacro, situado en las cercanías, parece que nos cautivó", quien habla es Lou. Y aquí una aclaración de Ernst Pfeiffer, su amigo y albacea: "El "parece" no está destinado a señalar una inseguridad en el recuerdo, sino una reticencia en el lenguaje". 

Sobre la visita al Monte Sacro, recuerda Lou que subiendo por el estrecho sendero dijo Nietzsche en voz baja: "Monte Sacro, a usted le debo el sueño más maravilloso de mi vida". Y dice Pfeiffer: "Hablando sobre aquel tiempo, L.A.S. dijo una vez con una sonrisa fina y casi cohibida: "Si besé a Nietzsche en el Monte Sacro, ya no lo sé." (Mirada... p. 222). 

Qué tipo de esperanzas dio Lou a Nietzsche no sabemos, pero sí sabemos que desde Basilea, donde Nietzsche visita a los Overbeck, les cuenta qué le pasa con Lou y pide especialmente a la Sra. Overbeck que interceda por él, mientras escribe a Rée: "Querido amigo ¿dónde podré encontrar la tantas veces mencionada pepita de oro, tras haber encontrado ya la "piedra filosofal" (que ni siquiera es una piedra sino un corazón)?". 

Nietzsche estaba sinceramente enamorado. El encuentro siguiente, con los correspondientes pedidos de matrimonio y rechazo, fue en Lucerna. De allí nos queda la famosa fotografía de la que ha habido variadas interpretaciones. Una clásica puede ser el verla como el auriga que lleva los instintos de las riendas, para dar lugar a un sentimiento más noble, pero también, como corredores que galopan hacia el triunfo y a Lou como la diosa Victoria que los guía. Así lo celebra Nietzsche en un poema. 

Y escribe a Rée: "Me río a menudo de nuestra amistad tan pitagórica, con su curiosísimo philois pánta koiná (a los amigos todo les es común). Me proporciona un mejor concepto de mí mismo el saber que realmente soy capaz de una amistad semejante".

¿En serio Nietzsche? En realidad, "lo común" escondía "lo propio". En su Mirada.... dice Lou: "Si he de preguntarme qué es lo que, antes que nada, comenzó a afectar mi disposición interior para con Nietzsche, diré que fue la acumulación creciente, por parte suya, de insinuaciones destinadas a perjudicar a Paul Rée ante mis ojos -y el asombro, también, de que pudiese tener este método por efectivo" (Mirada... p. 76). 

Lou recibía y barajaba las cartas y, como la Moira, distribuía las partes. Y en una de éstas dirigida a Nietzsche, observaba que el egoísmo de Rée "tendía hacia una vida cómoda y feliz, mientras que el de Nietzsche lo hacía hacia una vida heroica" (Ross, p. 648) y respecto de Alba (Aurora) "...es mi único compañero. Me entretiene, pero en la cama, mejor que las visitas, las preocupaciones y el polvo del viaje" para finalizar: "Todo irá muy bien. Somos buenos caminantes y también en la maleza sabremos hollar el sendero" (Ross p. 648). ¿Y Nietzsche?. También según Ross: enamorado como un adolescente. Por otra parte Lou tampoco tenía intención de ser discípula de Nietzsche. Ese, tal como vimos, no era su camino. Claro que se pensamiento, o como ella dice "la imagen espiritual de Nietzsche" se le reveló en sus obras "sólo después del trato personal" (Mirada... p. 72). 

Para Lou, Nietzsche era el heraldo de una religión que necesitaba héroes como discípulos. No estaba dispuesta a seguirlo. Además Nietzsche era apasionado y a veces violento y nadie quiere permanecer junto a un volcán encendido salvo que se disponga a arder con él. Sí la entusiasmaban las conversaciones que mantenían: "...nos quitamos cabalmente las palabras y los pensamientos de la boca... Es extraño que con nuestras conversaciones vayamos a dar involuntariamente a los abismos, a aquellos lugares de vértigo a los que alguna vez uno ha llegado trepando solo, para asomarse a las profundidades". "... si alguien nos hubiese escuchado habría creído que eran dos diablos conversando" (Mirada... p.75). 

Entre la aseveración de que compartía con Lou la mayor afinidad que dos personas puedan sentir y verla antes de transcurrido un año como un "...flaco, sucio y maloliente monito, con sus falsos pechos..." (Ross p.627), se deben desplegar buena parte de los sentimientos que una mujer puede despertar en un hombre. Un hombre que le había confesado que ya no quería más su soledad, que deseaba aprender -justamente con ella- a ser hombre, ¡totalmente hombre! 

Pero nuestra tarea es el pensamiento. 

¿Cuánto de su relación con Lou está presente en su escritura? No olvidemos que, como él mismo nos lo dice: "No somos libres nosotros los filósofos, de separar el cuerpo del alma, como hace el pueblo, y menos libres somos aún de separar el alma del espíritu" (El Gay... p.27). 

Refiriéndose al Zaratustra y en carta a Peter Gast de agosto del 83, dice Nietzsche que cada una de las dos primeras partes del Zaratustra "abarca un anillo de sentimientos". Las había terminado en el mes de julio y es posible que con ello haya encontrado la liberación del sufrimiento que le produjera la relación con Lou. 

Sabemos que el Zaratustra es para Nietzsche una especie de abismo temible y dichoso al mismo tiempo, "... quien alguna vez haya vivido en él regresará otra vez al mundo con un rostro distinto", dice en carta a Rhode. 

En la experiencia con Lou todo parece haberle sucedido: la belleza y el espanto. 

Pero Nietzsche sabe elevarse en forma vertical del abismo en que se anudan sus sentimientos. 

Dejemos que hable su poesía... 

"Mi amor impaciente se desborda a raudales hacia levante y hacia poniente. 
Desde silenciosa montaña y tormentas de dolor desciende a los valles el torrente de mi alma. 
Demasiado tiempo me debatí en la añoranza, con la mirada clavada en la lejanía. 
Demasiado tiempo permanecí en sole- dad, así que ya no sé callar. 
Me he vuelto todo boca y torrente que baja raudo de escarpadas rocas; 
mi palabra ansía volcarse en los valles. 
Y si el río de mi amor se precipita por fragoso terreno, ¡no importa! 
¡No hay río que no se abra paso tarde o temprano hacia el mar! 
Hay dentro de mí un lago, solitario y aislado; 
pero el río de mi amor lo arrastra ¡hacia el mar!" 
(Zaratustra p. 68) 

En la forma, hasta donde sea lícita esta diferencia, se realiza el deseo de Nietzsche de brindar a la lengua la naturaleza de la imagen, y, atendiendo al contenido ¿no podría pensarse -según creo- que el juego con Lou ha posibilitado la transformación que evidencian las imágenes?. 

¿No podría afirmarse -según pienso- que ha desplegado en ellas, poéticamente, el doloroso trabajo de emancipación de su espíritu?


Bibliografía

Andreas Salomé, L. Mirada retrospectiva. Madrid: Alianza Tres, 1981.

Andreas Salomé, L. Nietzsche. Madrid: Zero, 1980.

Fink, E. Oasis de la felicidad. México: Universidad Autónoma de México, 1966.

Nietzsche, F. Así habló Zaratustra. Buenos Aires: Malinca Pocket, 1963.

Nietzsche, F. Ecce Homo. Madrid: Alianza Editorial, 1980-

Nietzsche, F. “El Gay Saber”. En: Obras completas. Buenos Aires: Aguilar, 1961, v. 3.

Peters, H. F. Mi hermana. Mi esposa. Barcelona: Plaza y Janés, 1980.

Ross, W. Friedrich Nietzsche: El águila angustiada: una Biografía. Buenos Aires: Paidós, 1994.

Schiller: La educación estética del hombre. Buenos Aires: Austral, 1945.


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