Revista Argentina de Humanidades y Ciencias Sociales
ISSN 1669-1555
Volumen 5, nº 1 (2007)

Los discursos políticos y la crisis institucional en Argentina: el cierre de campaña, el ballottage y la renuncia de Menem en 2003
por Gabriela Juliana Loustaunau


Volver a la parte: La comunicación política: particularidades del campo y la crisis de representación en Argentina
 

 

EL DISCURSO POLÍTICO  Y LA CRISIS INSTITUCIONAL

“¿Cómo podría hablar de la institución en un lenguaje que quisiera ser riguroso,
formalizado o formalizable al infinito, etcétera,
desde el momento en que este mismo lenguaje es una institución,
quizás la primera y la más importante de las instituciones?”

Cornelius Castoriadis[24]

El discurso político

Hasta ahora nos hemos referido al contexto de la Comunicación Política en tanto campo de investigación y en tanto realidad de la política de nuestro tiempo. También hemos reseñado problemas/debates de la sociedad contemporánea tales como la crisis de representación y el proceso de mediatización de la política como procesos que se anteponen a los intercambios discursivos en un espacio social complejo. En este escenario aparecen otros recursos de deliberación, información e identificación, es decir, otras formas de mediación de la democracia como la videopolítica y la espectacularización de la política –estas formas suponen la rearticulación de las estrategias discursivas de los enunciadores políticos al tiempo que soslayan las formas de mediación política tradicionales-. En este sentido, nuestra concepción del discurso político no desestima los procesos de mediatización de la política, pero tampoco se  desliga de los aspectos retórico- argumentativos propios de este tipo de discurso.  Por lo tanto, es importante resaltar que:

 “No es el individuo quien hace el discurso, sino que lo contrario tiende a ser cierto. El discurso es supraindividual. Pese a que todo el mundo aporta su grano de arena a la producción del <<tejido>> discursivo, ningún individuo ni ningún grupo específico determina el discurso o se ha propuesto lograr exactamente aquello que acaba convirtiéndose en el resultado final”( Jäger, S. en Wodak y Meyer: 2003; 67).

 La  concepción crítica desde la cual pensamos al discurso sostiene que es

un complejo conjunto de actos lingüísticos interrelacionados simultáneos y secuenciales, actos que se manifiestan a lo largo y ancho de los campos sociales de acción como una semiótica de temática interrelacionada, como producciones orales o escritas, y muy frecuentemente como  <textos>, todos ellos pertenecientes a pautas semióticas específicas, como por ejemplo, las variedades discursivas” (Wodak, R. y Meyer, M.: 2003; 45 en Wodak, R.: 2003; 66).

En este sentido, el “lenguaje es una práctica social” (Fairclough, N.: 2003 y Wodak, R.: 1997) por lo que debemos considerar el contexto de uso del lenguaje y las relaciones que se establecen entre el lenguaje y el poder. En particular, los discursos políticos -que son discursos institucionales y mediáticos- son concebidos aquí como prácticas sociales. Son textos que se interrelacionan en un campo social de acción, en este caso, el campo político.

El discurso, en tanto práctica social, es heterogéneo por la diversidad de modos en que puede manifestarse; por los diversos niveles que se inscriben en su construcción (formas lingüísticas, elementos extralingüísticos, históricos, etc.) y complejo por las modalidades en que se concreta (oral, escrita, iconoverbal). Según Calsamiglia y Tusón Valls “El material lingüístico se pone pues al servicio de la construcción de la vida social, de forma variada y compleja, en combinación con otros factores como los gestos, en el discurso oral, o los elementos iconográficos en la escritura; los elementos cognitivos, sociales y lingüísticos se articulan en la formación del discurso” (Calsamiglia Blancafort, H. y Tusón Vals, A.: 1999; 17).

En un plano macro de esta investigación, la campaña política en su totalidad se presenta como una práctica discursiva inter-institucional en la que se interconectan múltiples discursos políticos. Además, es un evento comunicativo ya que tienen lugar en el transcurso de un devenir espacio-temporal y constituye el marco de infinidad de enunciados circulantes que conforman el discurso político. Así, los fragmentos (textos) discursivos aquí analizados presentan una especificidad: son discursos de campaña.

Un rasgo característico de los discursos de campaña es que el enunciador pretende persuadir al auditorio para que realice determinada acción (votar) o para convencerlo de ciertas ideas, mediante la puesta en juego de estrategias retórico-argumentativas. Estos discursos de campaña se reconocen en piezas discursivas coherentes que se producen en la situación de comunicación de la campaña política, específicamente.  Podemos pensar así que la comunicación es una pieza clave en este proceso ya que constituye “un proceso interactivo complejo que incluye la continua interpretación de intenciones expresadas verbal y no verbalmente, de forma directa o velada.” (Calsamiglia Blancafort, H. y Tusón Vals, A.: 1999; 16).

El discurso es una construcción social que “moldea”, “anticipa”, “produce” y “otorga sentido” a la realidad.  Las personas se constituyen en enunciadores que tienen una visión del mundo específica y se valen de distintas formas comunicacionales para comunicar/se y concretar sus metas  o finalidades. Para ello, despliegan  y efectivizan una serie de recursos y estrategias retórico-argumentativas encaminadas a la consecución de sus fines.

El discurso político de campaña presenta algunas particularidades, por ejemplo, que se plantea en términos polémicos, es decir,  siempre el enunciador apunta a la construcción de un adversario político[25].  Además, se nos hace imposible hablar de discurso de campaña sin hacer referencia al discurso mediático[26], es decir, el discurso político siempre es mediatizado. En nuestra sociedad es así porque “los medios de comunicación asumen información y contenidos de cualquier tipo que ya han sido desarrollados por otros medios.” (Jäger, S. en Wodak y Meyer: 2003; 83). Los medios de comunicación contemporáneos, principalmente, la TV y la prensa, integran la producción de los discursos políticos y, a su vez, se constituyen en algunos de los canales de comunicación formales de la campaña.

Durante los períodos electorales, la producción de discursos políticos es supervisada por los especialistas de los comandos de campaña de cada partido político (o lema). Cuanto más se instala el modelo de comercialización más fuerte es la presencia del asesor político ante los candidatos, que junto a su “gente de confianza” definen paulatinamente las claves de la estrategia. Muchas veces recurren a expertos del marketing político[27] para perfeccionar las estrategias en pos de obtener resultados electorales favorables.  En términos generales, en las campañas políticas se apela a recursos discursivo–persuasivos tales como:

  • debates en los medios de comunicación
  • filtración en los programas radiofónicos y televisivos de preguntas y respuestas
  • testimonios de personalidades públicas
  • actos colectivos
  • visitas vecinales o a grupos particulares
  • diálogo personal
  • rumor
  • uso de altavoces y grafismos en vehículos móviles
  • mensaje escrito o telefónico individualizado
  • celebraciones
  • pegatinas en diversos lugares

Teniendo en  cuenta estos aspectos, en el transcurso de la campaña electoral cada candidato despliega -a través de los diferentes recursos- una o varias estrategias discursivas en las cuales se atiende a la situación de enunciación histórica y concreta, ya sea para llegar al electorado o para polemizar con el adversario. Pero entonces: ¿Qué es la estrategia? “(...) con estrategia queremos significar un plan de prácticas más o menos preciso y más o menos intencional (incluyendo las prácticas discursivas) que se adopta con el fin de alcanzar un determinado objetivo social, político, psicológico o lingüístico” (Wodak, R.: 2003; 115). Específicamente, las estrategias discursivas se relacionan con “las formas sistemáticas de utilizar el lenguaje” y en ella pueden localizarse “distintos planos de organización y de complejidad lingüística” (Wodak, R.: 2003).

Si hablamos de estrategias discursivas de los políticos no podemos dejar de mencionar que se componen de estrategias retóricas y argumentativas, que han sido utilizadas desde tiempos remotos por los oradores (políticos, abogados, filósofos, etc.) y que hoy en día persisten en la estructura básica de cualquier discurso político. En esta investigación, interesa enfatizar en las siguientes dimensiones de las estrategias retórico-argumentativas desplegadas por los enunciadores en cuestión:

  • La construcción del adversario: esta dimensión de la estrategia implica la construcción de un oponente -por parte del enunciador político- hacia quién orienta su discurso.
  • La relación con el partido: cómo se vincula el candidato al partido político de origen y cómo se manifiesta en función de la interna partidaria y de la Ley de Lemas.
  • La definición del electorado: de qué manera el enunciador se dirigen al electorado y qué particularidad presenta.
  • La postura ante el ballottage: qué lugar le otorga el enunciador al ballottage, en esta elección en particular y en el sistema democrático actual.
  • La postura ante la crisis institucional:  cómo se posiciona el candidato ante la crisis institucional, cómo la define, cómo la fundamenta, qué mecanismos propone como salida de la crisis.

La argumentación en el discurso político permite que el enunciador se presente a partir de un encadenamiento de argumentos a través de los cuales apela al interlocutor para que acepte su postura y, en consecuencia emita un voto a su favor[28]. A su vez, estos argumentos, se insertan en una cadena de argumentos y contra-argumentos en relación con el adversario. Es preciso destacar la función social que cumplen los discursos argumentativos en las sociedades políticamente organizadas ya que bregan por el intercambio libre de ideas y la participación de los individuos. Por lo tanto, podemos aventurar la idea de que la argumentación conlleva un modo de comunicación democrático, es decir, que en el ida y vuelta entre un enunciador y su adversario subyace una lógica democrática de la comunicación.

Para hablar de argumentación nos remitimos a la estructura de la Oratio (discurso) propuesta por Aristóteles en “Retórica” en el año V a.C., en la que se presentan dos mecanismos clave de la argumentación: la persuasión y el convencimiento. La primera, se produce a través de recursos retóricos y es el momento en que se aspira a emocionar al auditorio. No importa cómo, ni qué estrategias se utilicen, lo importante es que el enunciador consiga lo que pretende, por lo cual se evalúa la eficacia y verosimilitud del mensaje. En cambio, para convencer, se recurre principalmente al razonamiento puro proveniente de la lógica formal; por eso, el mensaje se juzga en términos de verdad-falsedad.

Entre los recursos y figuras retórico-argumentativas[29] que el discurso político utiliza para persuadir y polemizar nos interesan los siguientes:

Alusión perifrástica: rodeo expresivo para aludir a algo evitando su nombre.
Comparación: figura que consiste en relacionar dos ideas u objetos, en virtud de una analogía entre ellos. Su eficacia argumentativa consiste en que se equipara aquello sobre lo cual se quiere convencer con una idea que se supone aceptada por el interlocutor.
Metáfora: tropo mediante el que se identifican dos objetos distintos. Su formula más sencilla es A es B.
Pregunta retórica: figura que consiste en presentar una afirmación vehemente en forma de pregunta. Se trata de una pregunta cuya respuesta se sugiere. Podría considerarse que detrás de toda pregunta retórica reside una afirmación que el lector debe reponer.
Estilo: denota la conexión del hablante con el contexto y la importancia que éste imprime sobre la elección de determinadas formas comunicacionales. Según van Dijk “El estilo es el resultado de las elecciones que el hablante realiza entre las variaciones opcionales de las formas del discurso que pueden utilizarse para expresar más o menos el mismo significado (o denotar el mismo referente).”(van Dijk, T. 1990: 49)
Giros y refranes: colaboran en la determinación del estilo comunicacional del enunciador. Son, básicamente, muletillas, <<frases hechas>> y voces del lenguaje popular.
Los recursos argumentativos se despliegan para favorecer la adhesión de un auditorio a una tesis o postura que se busca defender y se plasman en formas que presentan una regularidad. Es decir, para construir los argumentos se recurre a formas típicas o convencionalizadas.
Ejemplificación: (argumentación por el ejemplo) se trata de un caso particular al que se aplica un concepto más general. A partir del caso se busca mostrar la estructura o la  ley que este revela.
Argumento ad personam: invalida una argumentación desacreditando a la persona que lo sostiene o a su pensamiento. Se basa, la mayoría de las veces, en exigir al adversario que sus actos se correspondan con sus palabras. Se emplea para refutar. Su estructura es la siguiente:  X afirma A. El hecho de que X sostenga A motiva el rechazo de A.
Cita de autoridad: es una técnica que consiste en incluir la voz de un enunciador que avala la postura sostenida por el enunciador del texto. El enunciado citado por lo general corresponde a personas consideradas prestigiosas y con autoridad en el tema en cuestión. De este modo, se involucra el discurso del saber, que puede transformarse en un discurso del poder cuyo funcionamiento pone en juego estrategias retóricas de intimidación.
 Cita de refutación: es una técnica que consiste en incluir la voz del oponente para luego demostrar que sus argumentos no son válidos, es decir, para refutarlos.
Otros recursos a través de los cuales se plasman argumentos en un discurso, ya sea para demostrar la hipótesis propia o para refutar posturas contrarias, son:
Apelación a la realidad: se vinculan a las referencias al contexto de enunciación utilizadas  para otorgar sentido de actualidad al discurso.
Descalificación: mediante este recurso se utiliza un argumento para restar relevancia al argumento de otra persona. Es muy común en el discurso político.

En el discurso argumentativo también se advierten estrategias de ocultación como las implicaciones e insinuaciones que apelan al conocimiento que el receptor tiene sobre el tema. En general, son estrategias de ocultación ya que no permiten oír o decir algo, es decir que algo del discurso es velado. Se las considera expresiones tácitas[30] o eufemismos. También la argumentación recurre a estrategias de composición[31], es decir, el plan textual que utiliza el enunciador para ordenar y exponer sus argumentos. Desde la retórica clásica, las partes de la Oratio (discurso) se ordenan según la dispositio[32] en cuatro grandes partes: el exordio[33], la narratio[34], la confirmatio[35] y el epílogo[36]. Existe una parte móvil y ornamental del discurso a la que Aristóteles llama egressio o digressio[37]. Por lo general, la primera y la cuarta apelan a los sentimientos; mientras que la segunda y la tercera corresponden al plano demostrativo. 

En resumen, el discurso político -como todo discurso- presenta un “plan de prácticas” y, puntualmente, define una estrategia retórico-argumentativa en las que dos o más enunciadores (adversarios) polemizan sobre algún aspecto de la realidad desde una situación de enunciación específica y con un fin determinado. Tal como expresa Fairclough al referirse al discurso como un momento de  la práctica social, los discursos “son diferentes representaciones de la vida social cuya posición se halla intrínsecamente determinada; los actores sociales de distinta posición “ven” y representan la vida social de maneras distintas, con discursos diferentes” (Fairclough, N. p. 182)

Nociones de democracia, democracia representativa, representación  y gobierno responsable           

En los últimos tiempos se ha discutido sobre los cambios ocurridos en las formas de representar a partir de la irrupción de las nuevas formas tecnológico-comunicacionales. Estos cambios van de la mano con las transformaciones de las sociedades democráticas.

Democracia, según su etimología, es "pueblo" ( del griego démos) y "poder" (del griego krátos). Así, se entiende como el “poder del pueblo” o la  forma de gobierno en la que el pueblo es soberano. Según Cornelius Castoriadis, “Democracia significa el poder del pueblo, o dicho de otro modo, que el pueblo constituye sus leyes; y para formularlas, debe estar convencido de que las leyes son cuestiones de los humanos” (...)“La democracia es el régimen de  la autolimitación.” (Castoriadis, C.:2001; 119)

La democracia de los modernos se distingue de la de los antiguos por la manera en que el pueblo ejerce el poder: directamente, en el ágora entre los griegos, en los conzitia de los romanos, en el arengo de las antiguas ciudades medievales, o indirectamente, a través de representantes, en los Estados modernos. Los Estados democráticos están, si bien en diferente medida y matiz, gobernados bajo la forma de la democracia representativa.

En la democracia representativa el individuo generalmente no es el que decide; casi siempre es tan sólo un elector. En cuanto tal, realiza su tarea normalmente solo, es un singulus en una casilla separado de los demás sujetos. El día de la elección -elemento constitutivo de la forma de gobierno representativa-  no existe pueblo alguno como ente colectivo: sólo hay muchos individuos cuyas determinaciones son contadas, una por una, y sumadas. Una democracia de electores como lo es la representativa, no recibe su legitimidad del pueblo, que, como entidad colectiva, no existe por fuera de una plaza o asamblea, sino de la suma de individuos a quienes les ha sido atribuida la capacidad electoral. De hecho, en los cimientos de la democracia representativa, a diferencia de lo que sucede con la directa, no está la soberanía del pueblo, sino la de los ciudadanos[38].

¿A qué nos referimos con representación? Siguiendo a Giovanni Sartori (1979) el concepto de representación abarca tres significados diferentes, aunque vinculados entre sí. En primer lugar, conlleva la idea de mandato o instrucción (vertiente jurídica). En segundo lugar, la idea de representatividad, es decir de semejanza o afinidad (vertiente sociológica). En tercer lugar, la idea de responsabilidad o de rendir cuentas (vertiente política). Este último significado es el que se relaciona estrechamente con el gobierno de las democracias representativas y permite “entender el gobierno representativo como un <gobierno responsable> ” (Sartori, G.: 1979; 225) En la representación política moderna, necesariamente <electiva>, coexisten dos requisitos fundamentales: que “el pueblo elige libre y periódicamente un cuerpo de representantes” y que “los gobernantes responden de forma responsable frente a los gobernados” (Sartori, G.: 1979; 233)

Esta concepción de responsabilidad presenta asimismo dos vertientes que ubican al gobierno como receptivo, por un lado y como eficiente, por otro: “la responsabilidad personal hacia alguien, es decir, la obligación del representante de <<responder>> al titular de la relación; b) la responsabilidad funcional, o técnica, de alcanzar un nivel adecuado de prestación en términos de capacidad y eficiencia” -explica Sartori- (Sartori, G.1979: 234)  Por lo tanto, las dos exigencias fundamentales que se funden en el gobierno representativo son: gobernar y representar.

Ahora bien, ¿Cómo se produce la representación?  En las democracias modernas los ciudadanos son representados mediante los partidos y por los partidos. En ello consiste la representación partidista. Por un lado, se establece una relación entre los electores y su partido, y por otro una relación entre el partido y sus representantes que son elegido en realidad por el partido. Señala Sartori que “el nombramiento partidista –la cooptación partido-aparato- se convierte en la elección efectiva; los electores escogen al partido, pero los electos son elegidos, en realidad, por el partido” (Sartori, G.: 1979; 240) Desde esta perspectiva, entonces, tanto representados, como el partido y los representantes  forman parte del proceso representativo.

Nos acercamos una primera aproximación sobre la crisis: si para que la democracia sea representativa debe haber un gobierno responsable, la puesta en jaque del sistema de representación conduciría e a una crisis de responsabilidad.

Instituciones y crisis

En el contexto actual la crisis se expande y atraviesa los distintos planos societales. Las instituciones políticas específicas como los partidos políticos o la institución de la representación misma son afectadas. ¿A qué nos referimos con instituciones (políticas) y cómo podemos acercarnos a una noción de crisis institucional? Para ello hemos decidido trazar un camino teórico que pasa por la noción de institución de Castoriadis y se acerca a la noción de institución en crisis que se desprende de la teoría de la “sociedad del riesgo” de Ulrich Beck (1996).

En primer término, Castoriadis nos permite entender a las instituciones políticas como instituciones específicas de la sociedad. Para este autor, las instituciones específicas pertenecen a sociedades dadas y tienen un rol central en ellas[39].  Las instituciones específicas y las instituciones transhistóricas (por ejemplo, el lenguaje, el individuo, la familia) constituyen la instituciones segundas que colaboran en la articulación e instrumentación de la institución primera. (Castoriadis, C.: 2001; 125) Al decir del autor “La institución primera de la sociedad es el hecho de que la sociedad se crea a sí misma como sociedad, y se crea cada vez otorgándose instituciones animadas por significaciones sociales específicas de la sociedad considerada”. (Castoriadis, C.: 2001; 125) Por lo tanto, la institución primera y la institución segunda conforman la “textura concreta de la sociedad”.

Las instituciones son la norma, el parámetro, la ley, la parte constitutiva de la sociedad. Y el nomos (ley o institución) tiene dos caras: constituye cada vez la institución/convención de tal sociedad particular; a su vez es el requisito transhistórico para que haya sociedad. Castoriadis permite elucidar que es la mima sociedad la que crea sus normas e instituciones, sin recurrir a ningún fundamento extra-social. En este sentido, para el funcionamiento de la democracia es necesaria la auto-nomía (“auto”: a sí mismo y “nomos”: ley) social e individual. Para el autor, además, son las instituciones las que otorgan sentido a la vida de los individuos. Explica: “Lo que marca la humanización del hombre es la institución” (...) “La institución provee  pues, de ahora en más, el sentido a los individuos socializados; pero, además, les brinda también los recursos para constituir ese sentido para ellos mismos (...)” (Castoriadis, C.:2001; 124)  Para que el hombre sobreviva en sociedad, debe tener una institución que lo sostenga y lo represente: “El hombre sobrevive creando la sociedad, las significaciones imaginarias sociales y las instituciones que las sostienen y las representan“(Castoriadis, C.:2001; 123). Señala, además, que la posibilidad de cuestionar las instituciones existe solamente en las sociedades democráticas (y filosóficas) y no antes, es decir, sólo en las sociedades occidentales. “(...)esto sucede con el nacimiento de un espacio político público y de la interrogación sin límites”. (Castoriadis, C.:2001; 117) Al mismo tiempo, las instituciones son históricas y están abiertas al cambio; es por eso que en cada época hay instituciones que se originan y otras que mueren. 

Recapitulamos: la institución es la norma que define a la sociedad, es la “textura concreta de la sociedad”. Pero esa norma, en algún momento histórico, corre el riesgo de ser cuestionada y se doblega al cambio. Entonces, ¿Cómo nos podemos aproximar a la noción de crisis? El significado griego de crisis alude a la “disputa moral que se ha desarrollado hasta un extremo en el que requiere una resolución definitiva”, mientras que el significado  moderno es “situación de conflicto y desorden de alguna parte de nuestro funcionamiento normal que es determinante de su continuidad o de su modificación” (Young, R.: 1989; 9).  Estos significados no son excluyentes entre sí. Es por eso que podemos comprender la crisis institucional como disputa moral por el cambio de la norma y, a su vez, como conflicto emanado de esa situación crítica.

En segundo término, para comprender la crisis de las instituciones nos acercamos a la “teoría de la sociedad del riesgo” de Ulrich Beck. Pero antes, queremos mencionar algunas investigaciones que acuerdan con la actual pérdida de sentido de las instituciones. Investigadores de la talla de José Nun, Isidoro Cheresky o Giorgio Alberti se han referido a la crisis institucional. Cuando se habla de crisis institucional en Argentina, si bien es un fenómeno que atraviesa a Latinoamérica, se pone el acento en un acontecimiento: los sucesos del 19 y 20 de diciembre de 2001 que se constituyeron en una de las "respuestas" de la sociedad argentina a la crisis política, social y económica que se venía gestado desde la década pasada. Entre estos autores, Nun hace referencia a que "La crisis institucional en Argentina va mucho más allá de la conocida crisis de representatividad, se manifiesta en que las instituciones dejan de cumplir los fines para las que fueron creadas (...) las instituciones pierden sentido para los ciudadanos." (Nun, J. en Wahren, J.: 2003). Asimismo, Cheresky señala que los acontecimientos de finales de 2001 pusieron en jaque la democracia representativa y la legitimidad de los políticos, "el lazo de representación política y la autoridad institucional" (Cheresky, I.: 2002).  Del mismo modo, Alberti explica que aún

“(...)no ha habido debate sobre una pregunta fundamental que se debería hacer y no se ha hecho. Desde diciembre de 2002, se habla de crisis económica (devaluación, default, pauperización); crisis social (piqueteros en las calles, inseguridad) y crisis política (crisis de los partidos, de la representación); pero se soslaya o apenas se roza un asunto central para entender lo que ha pasado y está pasando: la crisis argentina es una crisis institucional” (Alberti, G.: 2003)


Ahora sí, prosigamos con Beck. Según el sociólogo alemán “las instituciones de esta sociedad (la industrial) se convierten en focos de producción y legitimación de peligros incontrolables sobre la base de unas rígidas relaciones de propiedad y de poder. La sociedad industrial se contempla y se critica como sociedad del riesgo.” (Beck, U.: 1999; 202 en Josexto Beriain) Una de las características de la sociedad del riesgo es que “las instituciones tradicionales vacían sus contenidos”, las formas de vida socio-industriales se desintegran, los hombres y mujeres ya no escapan a la individualización y se transforman en constructores de sus propias biografías. De esta manera, “(...)la <<individualización>> significa la desintegración de las certezas de la sociedad industrial, así como la compulsión a buscar y encontrar nuevas certezas por sí mismo y entre todos”, explica Beck. (Beck. U.: 1996, 131) En la sociedad contemporánea las instituciones se vuelven “irreales” y “contradictorias”  y dependen cada vez más de los individuos. Señala Beck:

 “un doble mundo está surgiendo, que no se puede representar superpuesto: un mundo de instituciones políticas simbólicamente ricas y un mundo de la práctica política cotidiana (conflictos, juegos de poder, instrumentos y arenas), que pertenecen a dos épocas diferentes, la modernidad industrial y la reflexiva, respectivamente. Por un lado, surge una vacuidad en la acción de las instituciones políticas, por el otro, hay un renacimiento no institucional de lo político: los individuos regresan a la sociedad.” (Beck, U.: 1999; 134)

El doble mundo descrito corresponde al pasaje de la  modernización simple, propia de la sociedad industrial y las soberanías nacionales (el mundo del y) a la modernización reflexiva (el mundo del o)[40],  que suprime fronteras y se confronta con sus propias consecuencias y realizaciones: crisis ecológica y revolución científico-tecnológica, expansión de las comunicaciones y desempleo extendido, aumento de la productividad y de las desigualdades, entre otras. En tal secuencia impera la sociedad de riesgo, en la que nada ni nadie se encuentra a salvo de contingencias y peligros.

En la sociedad del riesgo las instituciones tradicionales están vacías de contenidos, es decir, quedan desacopladas o se ven rebasadas por las nuevas realidades globales y su impacto local. Las estructuras y las organizaciones se desintegran. El gobierno de los accidentes se convierte en el motor de la historia y las decisiones y acciones de los individuos quedan liberadas y a la intemperie. En un contexto de tal vacuidad, los sistemas de normas no pueden dar respuesta a los peligros que la misma sociedad crea.  Explica Beck:  “(...)la sociedad del riesgo se origina allí donde los sistemas de normas sociales fracasan en relación a la seguridad prometida ante los peligros desatados por la toma de decisiones.” (Beck, U.: 1999; 206 en Josexto Beriain). Desde esta perspectiva, el fracaso y el cuestionamiento de la norma se advierte tanto en las decisiones que se toman ante un desastre natural como ante la responsabilidad política que conlleva la representación electiva. Como contrapartida, la modernización reflexiva inaugura, para toda una época, la posibilidad de una (auto)destrucción creativa. Esto quiere decir que las coordenadas de los político estarían cambiando; estarían surgiendo nuevas forma de política y asistiríamos a la emergencia de un “compromiso múltiple y contradictorio” ((Beck, U.: 1999; 139 en Josexto Beriain).  Es este el momento en que tiene lugar la subpolítica y la invención de lo político propuesta por Beck.

Tanto la perspectiva de Castoriadis sobre la instituciones como la teoría de la “sociedad del riesgo” de Beck constituyen nuestra orientación para hablar de la crisis institucional.  A partir de las nociones desplegadas podemos orientarnos hacia la idea de que la crisis institucional va de la mano con la pérdida de sentido de las instituciones. Como explica Castoriadis, la sociedad se crea a sí misma y a sus instituciones y es ella misma (la que se constituye) la que cuestiona sus propias normas. De esta forma, parafraseando a Beck, las instituciones también se constituyen en legitimadoras de los propios peligros de la sociedad.

Si bien existe la crisis de representación como fenómeno que atraviesa el campo político, no hay que desestimar los modos en que la crisis se cuela en el sentido que los individuos, en sus totalidad, le otorgan a las instituciones. Aquí es cuando empezamos a buscar las marcas de la crisis institucional en el discurso político.

Como una aproximación a la noción de crisis institucional, entonces, sostenemos que ni las actuales instituciones e ideas, ni las concepciones vigentes de “lo político” alcanzan para comprender y/o resolver las situaciones de conflicto que vivimos[41]. Es claro que, el cuestionamiento de la sociedad por sí misma, es propio de la sociedad democrática y que las instituciones contemporáneas están vacías de sentido. Podríamos, entonces, aventurar otra idea: que la crisis institucional comprende cierta pérdida de legitimidad y de responsabilidad de las instituciones políticas –entendidas, en términos de Castoriadis, como instituciones específicas-. Las normas están quebradas y ya no alcanzan para sostener la vida en sociedad donde el conflicto es constante.  El cambio parece tomar forma en la crisis.

Continúa en: Las estrategias discursivas de los candidatos

 

Notas


24. Castoriadis,  Cornelius. Figuras de lo pensable, Fondo de Cultura Económica, 2001, p.115. [Volver]


25. Verón define al adversario político:  “(...)todo acto de enunciación política supone necesariamente que existen otros actos de enunciación, reales o posibles, opuestos al propio.” “(...) a la vez es una réplica y supone (o anticipa) una réplica.” “(...) todo discurso político está habitado por Otro Negativo (...) y construye también Otro Positivo, aquél al que el discurso está  dirigido” Verón, E. 1987, p.16. [Volver]

26. Si bien analizamos discursos mediáticos, nos vamos a centrar el plano político y no en el mediático. Los planos discursivos son “ubicaciones societales desde las que se produce el <habla>”. Por ejemplo, las ciencias, la política, la educación, los medios de comunicación, la administración, etc. Jäger, S. en Wodak y Meyer comp. 2003, p. 83. [Volver]

27. El marketing político es más que un simple conjunto de tácticas y operaciones mediáticas. Es un conjunto de técnicas de investigación, planificación, gerenciamiento y difusión que se utilizan en el diseño y ejecución de acciones estratégicas y tácticas a lo largo de una campaña electoral. Es una compleja disciplina estratégica que combina el trabajo transdisciplinario de diversos especialistas ( politólogos, comunicadores sociales, publicitarios, demógrafos, estadísticos sociales, expertos en opinión pública entre otros) en tres niveles básicos de planificación y ejecución. Estos tres niveles son:  Estrategia Política (diseño de la propuesta política), Estrategia Comunicacional (elaboración del discurso político), Estrategia Publicitaria (construcción de la imagen política). Extraído de www.ciudadpolítica.com [Volver]

28. La argumentación es una acción compleja que tiende a un fin: que los oyentes adhieran a la tesis presentada por el hablante. Consultar Perelman Charles y Olbrechts-tyteca, Lucio, Tratado de la argumentación. La nueva retórica, Bruselas, Gredos, 1970. [Volver]

29. Ver Módulo del curso de ingreso del Profesorado en Lengua y Literatura para EGB y Polimodal.  I.S.F.D Nº 22, Olavarría, 2005 y material de cátedra de Taller de Producción de Textos, FACSO, U.N.C.P.B.A., 1999. [Volver]

30. Ver Jäger, S. en Wodak y Meyer, 2003; p. 51 [Volver]

31. En el Capítulo IV se mencionan someramente algunas estrategias de composición de los discursos,  ya que en el análisis se presta especial atención a las estrategias retórico-argumentativas. [Volver]

32. Es la operación que ordena las partes de discurso (aquello que se ha encontrado para decir). [Volver]

33. Parte del discurso en la que se anuncia el plan y se apela a los sentimientos del auditorio. [Volver]


34. Parte del discurso en la que tiene lugar el relato de los hechos involucrados en la causa. [Volver]


35. Parte del discurso en la que se exponen los argumentos. [Volver]


36. Parte del discurso en la que se resume y apela a los sentimientos. [Volver]


37. Parte del discurso que se utiliza para hacer brillar al orador, ya que es un fragmento ornamental, fuera de tema o que se vincula débilmente con lo que se venía hablando. [Volver]

38. Ver Norberto Bobbio en www.ciudadpolitica.com [Volver]

39. Para Castoriadis la polis griega, por ejemplo, es una institución específica. [Volver]

40 Esta noción acuñada por Beck alude a la reflexión en el sentido de auto-confrontación  de la sociedad industrial con sus propios efectos y peligros, dando lugar al modelo de efectos colaterales latentes. Para una ampliación de este tema se puede consultar Josexto Beriain comp., 1996. [Volver]

41. Beck, por su parte, estaría insinuando que la salida de la crisis se liga a la re-invención de lo político. Este fenómeno implica la existencia de una política que no solo genere reglas sino también las modifique; que no solo pertenezca a los políticos sino también a la sociedad; que no solo sea del poder sino también de la creación: un arte de la política. Consultar: Beck, Ulrich. La invención de lo político. Buenos Aires: Fondo de Cultura Economica, 1999. [Volver]

 

 
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